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22 de noviembre de 2021

Alberto Marino, la escuela italiana del tango

El tenor había nacido en Verona y llegó a Salta junto a sus padres. Por esas cosas del destino y su privilegiada voz, se convirtió en uno de los cantores más importantes de la historia del tango. Por Adolfo Barrios.

Por esa costumbre de encasillar con apodos a personajes del tango, en este espacio ya conocimos a “El varón del tango” Julio Sosa – “El señor del Tango” Carlos Di Sarli – “El rey del compás” Juan Darienzo – “El pibe de La Paternal” Osvaldo Fresedo, o “El bandoneón mayor de Buenos Aires” Troilo.

 Hoy nos toca evocar a quien ostentaba tal vez el apodo mejor elegido de la historia tanguera: “La voz de oro del tango”: Alberto Marino.

Nacido en Verona, ciudad de la región de Véneto en el norte de Italia, en abril de 1920 como Vicente Marinaro. Poco después, sus padres (ambos cantantes líricos) abandonaron esa Europa pauperizada por la Primera Guerra Mundial y se afincaron en Salta, donde montaron una heladería.

Alberto mostró desde pequeño un gran talento para el canto, y los Marinaro soñaban para él un futuro en la lírica. Con esa idea, lo mandaron a Buenos Aires, pero el joven se encontró con el fenómeno musical arrasador del momento: el tango. Enterró la lírica, y soñaba con cantar en la calle Corrientes.

Su debut como cantante fue en el año 1935 en Radio Mitre. Integró luego varias orquestas hasta que, en 1942 Aníbal Troilo al escucharlo cantar, quedó encantado con el joven Marino, y decidió sumarlo como segundo cantor de su orquesta, junto a Fiorentino. Le hace una oferta para ingresar en su agrupación, pero Marino ya tenía un arreglo para ir a la orquesta de Rodolfo Biaggi.  No obstante, acepta el ofrecimiento de Troilo junto a quien se desempeñó desde 1943 hasta 1947.

Cuando Fiorentino se alejó de la orquesta de Troilo, Marino siguió como cantor, compartiendo el repertorio con otro grande: Floreal Ruiz, con quien cantó y grabó a dúo varias joyas.  Para muchos fue la mejor época del cantor, sus versiones de los tangos “Tres amigos”, “Fuimos” y “Tal vez será su voz” son verdaderas joyas, entre muchas otras, como su aporte a la historia del tango.

En 1946 abandonó la orquesta de Troilo y comenzó su carrera como solista, con la orquesta de Enrique Alessio y Héctor Artola.  En los años 1950 se incorporó al conjunto de guitarras de Roberto Grela.

En los años 1960 y 1970 actuó en las orquestas de Miguel Caló y Armando Pontier, dejando registros grabados con ellas. En sus últimos años se presentó en el programa de televisión Grandes Valores del Tango, emitido por Canal 9.

Realizó importantes giras por México, Perú, Colombia, Venezuela, Brasil y EEUU, donde actuó con Osvaldo Tarantino y en Japón, con Héctor Varela.

Fue un excelente y finísimo cantor de tangos que poseía gran caudal de voz, pero simultáneamente dulce y cristalina. Tenía registro de tenor y venía de la escuela italiana del tango. Aunque tal vez resulte sorprendente, la mejor época de Alberto Marino transcurrió con el registro de barítono. Pero las diferencias con los demás cantores del momento no eran tanto de registro, como de color y de fraseo. Pasaba de un potente agudo a un profundo bajo con la facilidad de los elegidos, poseía un vibrato inconfundible, pero del cual no abusaba. Sus detractores, no obstante reconocer su capacidad, le enrostraban que era “frío y carente de media voz”.

En pleno éxito, en 1972, sufrió un accidente automovilístico del cual sobrevivió, pero perdió a su primera esposa, quien falleció al volcar el Dodge 1500 conducido por el propio Marino. Este hecho afectó mucho su vida, hasta que, tiempo después, volvió a casarse, en la catedral de Salta.

A raíz de una dolencia hepática, murió el 21 de junio de 1989 en el Hospital Italiano de Buenos Aires, a los 69 años, dejando una huella imborrable en la música argentina. Sus restos descansan en el cementerio de la Chacarita.

Su mayor éxito, su tango emblemático fue “Tres Amigos”, hermoso tema nacido de la pluma creativa de Enrique Cadícamo:

De mis páginas vividas, siempre llevo un gran recuerdo

Mi emoción no las olvida, pasa el tiempo y más me acuerdo.

Tres amigos siempre fuimos

En aquella juventud...

Era el trío más mentado

Que pudo haber caminado

Por esas calles del sur.

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