28 de agosto de 2021
El cantor de los cien barrios porteños
Adolfo Barrios resume en estas líneas la apasionante vida del popular "doctor" Alberto Castillo. Su particular y único estilo, su vínculo con la juventud y su fraseo inimitable.
Alberto Salvador De Lucca —tal su verdadero nombre— nació en el porteño barrio de Floresta en 1914, quinto hijo de un matrimonio de inmigrantes italianos.
Ya de pequeño demostró una afición natural por la música; tomó lecciones de violín y cantaba en cualquier lugar en que se diera la oportunidad. Cierta noche —tenía ya 15 años—, se encontraba cantando con un grupo de amigos, cuando pasó el guitarrista Armando Neira y le propuso incluirlo en su conjunto.
Fue ese el debut profesional de Alberto De Lucca, bajo el seudónimo de Alberto Dual, que alternó luego con el de Carlos Duval. Cantó luego con las orquestas de Julio De Caro en 1934, Augusto Berto en 1935 y Mariano Rodas en 1937.
Los seudónimos que utilizaba, lo protegieron de la disciplina paterna. Cuando cantaba por Radio París, con la Orquesta Rodas, don Salvador, su padre, comentó ante el receptor: “Canta muy bien; tiene una voz parecida a la de Albertito”.
El 8 de enero de 1941, apareció el primer disco de Ricardo Tanturi con su vocalista Alberto Castillo, quien acababa de adoptar su seudónimo definitivo. Fue con el vals “Recuerdo”, de Alfredo Pelaia, que se convirtió en todo un éxito de venta.
Se desvinculó de Tanturi en 1943 y comenzó como solista, acompañado siempre por excelentes músicos dirigidos sucesivamente por Emilio Balcarce, Eduardo Rovira, Enrique Alessio y Jorge Dragone. Más adelante incorporó a su repertorio el candombe, que constituyó un acierto en sus actuaciones, ya que lo identificaban con ese ritmo. El primero fue “Charol”, que tuvo gran éxito, seguido por “Siga el baile”, “Baile de los morenos”, “El cachivachero” y “Candonga”, que le pertenece.
Alberto Castillo estudió en la Universidad Nacional de La Plata y se recibió de médico, siendo su especialidad, la ginecología. De modo que tarde a tarde, el doctor Alberto Salvador De Lucca abandonaba su consultorio de señoras, y corría hacia la radio para convertirse en el cantor Alberto Castillo.
Todo se complicó cuando la sala de espera de su consultorio ya no daba abasto para tantas mujeres, en su mayoría, jóvenes. Había una explicación: el cantor atraía increíblemente a las mujeres y como corría la noticia de que era ginecólogo, averiguaban donde quedaba su consultorio, y corrían a hacerse atender por él.
Pero sus rotundos éxitos en el tango y en las actuaciones cinematográficas, lo llevaron a abandonar definitivamente la profesión, para dedicarse de lleno al canto.
Dueño de un particular estilo, tenía una voz que no se parecía a ninguna otra voz, así como tampoco su estilo se parecía a ningún otro. Su particular fraseo era lo que los bailarines buscaban y adoptaron, y la gente se movía de acuerdo a las inflexiones de su voz. Nunca se apartó de esa manera de cantar, de ese estilo naturalmente tanguero, pero al cual se debe sumar el detalle que su afinación era perfecta.
Construyó un personaje inimitable. Su manera de moverse en el escenario, su modo de tomar el micrófono e inclinarlo hacia uno y otro lado, su pañuelo cayendo del bolsillo del saco, el cuello de su camisa desabrochado y la corbata floja. Todo era inusitado en la época, todo causaba sensación.
La cinematografía lo contó como un actor consagrado, que debutó en 1946 con Adiós pampa mía, para continuar con El tango vuelve a París (1948), Un tropezón cualquiera da en la vida (1949, con Virginia Luque), Alma de bohemio (1949), La barra de la esquina (1950), Buenos Aires, mi tierra querida (1951), Por cuatro días locos (1953), Ritmo, amor y picardía, Música, alegría y amor, Luces de candilejas (1955, 1956 y 1958 respectivamente, las tres junto a la extraordinaria rumbera Amelita Vargas) y Nubes de humo (1959).
Como hechos curiosos en su trayectoria se destaca que, entre noviembre de 1951 y febrero de 1952, el popular cantante ofició fortuitamente como médico de la delegación profesional del Club Atlético Vélez Sarsfield al insolarse algunos jugadores en la ciudad de Pernambuco, en la gira que realizaba en Brasil. Posteriormente el cantor, reconocido hincha de Vélez, ajustaba algunas de sus presentaciones para poder acompañar al equipo.
Uno de sus más resonantes éxitos fue el tema Cien Barrios Porteños, a tal punto que los presentadores lo anunciaban como el "Cantor de los cien barrios porteños", sumando así otro apodo más en su carrera.
Ya retirado, en 1993 se dio el gusto de lograr su último éxito grabando nuevamente el candombe Siga el baile, con la banda argentina Los Auténticos Decadentes y consiguió de esa manera ganarse a la juventud de fin de siglo, tal como lo había hecho con la de los años '40.
Su voz continúa siendo una de las más identificadas con la canción ciudadana y, seguramente, lo será para siempre.
Castillo falleció el 23 de julio de 2002 a la edad de ochenta y siete años, y sus restos descansan en el Cementerio de la Chacarita en Buenos Aires.
Así fue la vida del Dr. Alberto Castillo. Único, inimitable, gran actor, divertido en el escenario, personaje del mundo tanguero. Como no podía ser de otra manera lo escuchamos en Siga el baile, con letra de Carlos Warren y música de Edgardo Donato.
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