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28 de noviembre de 2021

Discépolo y la política

El Tango del Mediodía resume la emotiva existencia de uno de los pilares de distintas disciplinas artísticas argentinas. Discepolín, su prosa rebelde y denunciadora que hicieron mella en su salud. La historia que cuenta Adolfo Barrios.

Un señor delgado y cabizbajo descendió de un automóvil y enfiló, como todos los días, hacia la puerta ancha de Radio Belgrano. Por ahí ingresaban sólo las primeras figuras, el resto lo hacía por una puerta secundaria, más pequeña, que se ubicaba al costado. Corría el año 1943, la radio y el tango estaban en todo su esplendor.

De pronto una mujer joven y atractiva quiso entrar con él. Al verla, el portero la detuvo: “No Sra., Ud. no”. El señor, sin conocer a la muchacha, se volvió y le dijo al portero: “La señora viene conmigo y entra por acá”. El señor era Enrique Santos Discépolo, y la rubia sonriente y decidida era una tal Eva Duarte.

Como ella tenía una memoria extraordinaria, unos años después, pidió a sus ayudantes que llamaran a Discépolo, que lo quería conocer: “Ese hombre es un señor”, dijo. Y así comenzó la relación entre el poeta y la futura primera dama. Se hicieron íntimos amigos.

Pero volvamos unos años atrás. En 1930, las Fuerzas Armadas al mando del general Uriburu y apoyadas por los sectores conservadores que rechazaban las políticas de gobierno y el estilo de conducción de Hipólito Yrigoyen, daban el primer golpe militar de la historia de la democracia argentina. Dos días antes se había grabado, por primera vez “Yira yira”, enviando un mensaje: Verás que todo es mentira, verás que nada es amor, que al mundo nada le importa...

La postura de Discepolín, su queja permanente ante un mundo feroz y despiadado, apuntaba a las desventuras de la vida, y aconsejaba no esperar “nunca una ayuda, ni una mano, ni un favor”.

Y en esa línea, en 1934 apareció “Cambalache” en el que denunciaba a viva voz, que “el mundo fue y será una porquería”.

No se destacaban en las construcciones poéticas de Discépolo, la conocida añoranza y la melancolía por los amores perdidos, tan común en las letras de tango. Había una dolida visión de la vida, la sociedad y el mundo, una lucha contra la mentira, el poder económico y las injusticias sociales.  Acaso el único tango verdaderamente melancólico de Discépolo haya sido “Cafetín de Buenos Aires”.

Ya sea en letras de tango, el cine, el teatro o la radio, siempre desnudó una realidad política y social desgarradora.

Hacia el final de los años 40 Discépolo participaba en las pulseadas políticas y gremiales en SADAIC y ya manifestaba su adhesión al peronismo. «Para Discépolo, que no era un político, lo que estaba haciendo el peronismo era sustancialmente un cambio social. Eso es lo que a él le importaba», señala el historiador y biógrafo del poeta, Norberto Galasso.

Comenzó a colaborar con la campaña electoral para la reelección presidencial de Perón. Lo hacía desde el programa radial oficialista “Pienso y digo lo que pienso”. Por allí habían pasado Luis Sandrini, y Tita Merello entre otras figuras de la época. Luego con Discépolo pasó a llamarse “¿A mí me la vas a contar?” y le hablaba a un interlocutor imaginario a quien bautizó “Mordisquito”. Éste era una representación del arquetipo de pequeño burgués antiperonista, a quienes catalogaba de carneros, cipayos u oligarcas, y con quien discutía sus posturas ideológicas y políticas.  Y todas las charlas terminaban con un: ¡Noooo, a mí no me la vas a contar!

El peronismo triunfó en las elecciones de noviembre 1951, pero para Discépolo las cosas no fueron bien. Sus opiniones políticas le costaron muy caro. Las críticas comenzaron a asediarlo, y sobrepasaron los límites de lo aceptable. Hubo amenazas, encomiendas que llegaban con sus discos hechos trizas o con excrementos, alteraciones de sus propias letras para humillarlo. Hubo gente, entre sus viejos amigos, que dejaron de saludarlo cuando Discepolín aparecía. Presentaba alguna obra y advertía que alguien había comprado todas las entradas para que los actores se encontraran con un teatro vacío. Entraba a un restaurante y lo silbaban. Estas actitudes, para un hombre de una enorme sensibilidad como Enrique Santos Discépolo, fueron letales.

Dejó de escribir, se encerró en su casa, dejó de comer. “Pronto las inyecciones me las van a tener que poner en el sobretodo...”, dijo el poeta, con apenas 37 kilos. Lo revisaron más de diez médicos, nunca supieron qué tenía.

Con sólo 50 años, asfixiado por la soledad, por la amargura, se moría de pena una de las figuras más distinguidas que tuvo el tango, una de las voces más agudas, claras, inteligentes e incisivas que tuvo nuestro país. Murió de tristeza, de desamparo, de desamor. Su certificado de defunción dice que murió por el corazón, no podía ser de otra manera.

Aunque te quiebre la vida,

Aunque te muerda un dolor.

No esperes nunca una ayuda.

Ni una mano, ni un favor.

“Yira yira”… de Enrique Santos Discépolo interpretado por, tal vez, el mejor Goyeneche que nos dejó la historia, sus grabaciones con Atilio Stampone....

 

 

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